Hace poco felicitaba a los trabajadores de metro por dejar de molestar a los artistas que entran al Metro a compartir su arte, y así hacerse de unas monedas para el diario vivir propio y en muchos casos, de sus mismas familias. Además, ya no sonaba esa desagradable locución en los parlantes llamando a hacerles la Ley del Hielo a quienes querían ganar algunas luquitas insisto, compartiendo lo que saben hacer y les apasiona.
Hoy Lunes 4 de Junio nuevamente las grises chaquetas entraron en los metros y los artistas no pudieron desplegar sus dotes musicales. Se veía el desazón en el chico que estaba apunto de sacar su guitarra y también en el manicero que ofrecería maní en sus distintas variedades (merkén, salado o tostado). El guardia, por su puesto de una empresa privada, observaba con la mirada lejos de cualquier otra, sabía que para muchos y muchas, imponía respeto con su uniforme.
El canto popular se relaciona con los viajeros y le cantan de la realidad que está viviendo el país o del mejor doblaje de Perl Jam. El artista o pre-artista, va generando una actividad laboral debido a la compleja situación económica y lo primero que se hace es cerrarles las puertas y amenazarles con el infierno.
¿Responsabilidad Social Empresarial?, bien gracias.
De todos modos me quedo con el apoyo del usuario del metro a quienes cantan, premian con muchas monedas el atrevimiento del charango o de las rapeadas participativas, y también en ocasiones otorgan aplausos que no terminan en una ovación debido a lo formal del Chileno. Me quedo también con quienes pusieron un adhesivo a los parlantes del metro diciendo que el único ruido molesto era ese que salía desde sus orificios amplificadores.
Ojalá se genere una política de la empresa que permita el desarrollo de dichas iniciativas, así se ayudaría quizás a cuantas personas y familias si se cuantificara. El metro funciona impecable y cada vez tiene más conexiones, esperemos que esa operatividad también la tenga estableciendo espacios para el desarrollo del canto popular, ese que desde la calle, se sube a un vagón para engalanar momentos de viaje y llevarse su recompensa convertida en unas monedas.
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