domingo, 16 de mayo de 2010

ES COMÚN EN EL CHILE DE HOY

La vida en sociedad tiene 2 caras dicen algunos: Derechos y Deberes.

Los primeros –derechos-, debieran estar consagrados en cada una de las constituciones que rigen los destinos de un país, y cínicamente, también los encontramos brillando en una declaración universal que tiene más de 60 años… pero solo de declaración.

Los segundos –deberes-, se relacionan con las acciones que cada uno tendría que realizar para vivir armoniosamente con el resto de la sociedad y la naturaleza. Los Estados suelen tener legislaciones para ello, y en lo ideal, estos deberes asumirían una conducta ética y moral muy cercana a lo que mencionaba Che Guevara en sus reflexiones y escritos sobre el hombre nuevo.

Pero Chile, luego de 17 años de dictadura militar y 20 de Desconcertación Económica, ha hipotecado absolutamente todos los derechos –por suerte queda el de respirar, aunque medio tóxico en algunos lados-, y los ha convertido en deberes, de aquellos a los que se accede única y exclusivamente con la capacidad económica que tenga la persona.

Es común en el Chile modelo del neoliberalismo observar y participar de campañas solidarias para ir en ayuda de alguna amigo caído en desgracia de salud, o para colaborar con los miles de niños y niñas con discapacidades que se atienden en una Fundación privada. La salud no se ve como un derecho que debiera ser garantizado con calidad y oportunamente por parte del Estado, ni pensar en cuestionar las comisiones y abusos que ISAPRES hacen del sistema de salud chileno. Mejor juntar las lucas sacándose la cresta y media en el trabajo, que participar en agrupaciones que exigen al Estado que cumpla su rol garante.

Es común en el Chile modelo del neoliberalismo y de obediente pueblo, endeudarse por mandar a estudiar a los hijos a colegios particulares o subvencionados, buscando así escapar del inmovilismo social que genera una educación pública basada en escuelas mal equipadas, profesores mal pagados, estudiantes mal alimentados. Que la educación de mis hijos o la propia, debiera ser protegida por un Estado que asegure igualdad de condiciones de desarrollo a todos los niños y niñas que vivan en el país y no por mercenarios que buscan lucro, está lejos de ser un cuestionamiento generalizado.

Es común en el Chile modelo del neoliberalismo y de obediente pueblo informado por un duopolio informativo, las incongruencias de un canal privado que no muestra campañas contra el sida pero si a adolescentes casi desnudas, u observar en todos los canales los mismos actores sociales refiriéndose a los temas que la prensa nacional va colocando en las portadas y noticiarios, o la farandulización de la vida en general en donde se sabe más de la existencia de famosillos excéntricos que de la propia familia y amigos.

Es común en el Chile modelo del neoliberalismo y de obediente pueblo vigilado por verdes uniformes -y en caso de catástrofes, por camuflados uniformes-, las miradas perdidas y angustiosas en el transporte público atosigado de gente; el desdén ante los niños pidiendo limosna o las arrugadas abuelas alzando la mano por una moneda; la rabia manifestada en algún exabrupto de alcohol o en barras bravas o en violencia desde la piel o en quema de algún basurero (bien PÚBLICO).

Es común en el Chile Neoliberal presidido por un empresario especulador, que todas las cosas anteriores sigan siendo comunes, pero también es algo corriente en el Chile de siempre, que hombres y mujeres se levanten con fuerza y despierten al resto que esta obnubilado y dormitando la realidad. Si hacemos simples cuentas -y hasta con milicos y carabineros-, somos más del 80% de la población del país y somos nosotros los que tenemos que administrar los recursos que son de todos. Ya éstos que llevan 37 años demostraron que trabajan para pocos: unos que viven por acá en el país (20%), otros que son extranjeros y suelen explotar recursos y personas en distintas partes que se lo permitan.

A fin de cuenta, y para unir esta parte final con el inicio de la columna, nuestro mayor deber no es más que defender nuestros derechos, incluso aquellos que nos han robado hace décadas y que muchos ya han olvidado sumiéndose a la anomia generalizada.

Por René Squella Soto

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