domingo, 5 de octubre de 2008

SON PARTE DE LA HISTORIA

GOYA

Hace ya 35 años un 3 de Octubre a las 9.00, comenzaba el proceso de desencarcelamiento en la casa blanca del cerro Chena, donde habíamos estado detenidos desde el 19 de septiembre de 1973. Luego de muchos días de apremios, golpes a toda hora y esa sensación de muerte que nunca nos abandonó, se desarrollaba la escena final de la obra de maldad infinita planeada y ejecutada por los militares de la Escuela de Infantería de San Bernardo.

Eran varios uniformados que llegaban al trote por la entrada principal del galpón y por el costado del mismo. Mientras estuvimos ahí, durante la noche se nos permitía descorrer la venda bajo el compromiso de no mirar a los carceleros, ese día 3 de octubre antes que siquiera se asomará el sol frente a nosotros, nos ordenaron ajustar bien las vendas y no conversar. Algo no era igual a la rutina de los últimos días. Los visitantes nos sorprendieron tirados sobre los sacos. Golpeando con las culatas en cualquier parte del cuerpo nos ordenaron ponernos de pie y nos empujaron hacía el centro del galpón. Ahí nos quedamos de pie en dos filas, firmes y en total silencio. Alguien se para frente a nosotros, nos ordena poner las manos en la nuca y esperar. Cada vez que un cuerpo cede al cansancio y al dolor que acarreaba la posición, es devuelto a la fila con un culatazo en la cabeza o las costillas. Así estuvimos un buen tiempo parados, de frente a no sabíamos quien y esperando no sabíamos que, aunque lo intuíamos pues lo habíamos conversado muchas veces.

Cuando la voz maldita fue gritando los nombres pensábamos en que hasta ahí llegaba nuestra vida. Los que escucharon su nombre sintieron que eran los escogidos para morir, los no nombrados creyeron llegado su turno y se vieron por ahí en algún rincón del cerro con una bala en la cabeza.

-Los nombrados saldrán de las fila y volverán a sus lugares, dijo la voz, los demás seguirán esperando hasta ser llamados. Todos, durante esos innumerables y eternos minutos, sentimos a la parca rondar, y sollozamos y perdimos el miedo a los golpes y lanzábamos los recados al aire para que aquel que saliera con vida dijera a los que nos esperaban afuera que nunca les olvidamos, que les tuvimos presente en cada minuto incluso hasta en el momento de la muerte, que no había mas delito que el amor por los trabajadores y su causa, que no había que dejar caer nuestras banderas.

Algunos salimos esa tarde noche, comprometidos a no olvidar y a no perdonar, a exigir justicia y castigo: No se ha logrado aún a 35 años de la barbarie. Otros quedaron allí y fueron salvajemente castigados, torturados hasta el infinito y baleados en la oscuridad de la noche mientras intentaban escapar cerro arriba, hacía la libertad mentirosa que les habían ofrecido los verdugos.
Por eso y sin ignorar a los miles que cayeron en distintos lugares dentro y fuera de Chile sino mas bien con todos ellos presente, recuerdo como cada año en esta fecha a mis hermanos obreros caídos en el cerro Chena en Octubre de 1973: Manuel González, "el conejo", de herrería; Ramón Vivanco, del taller ruedas; Pedro Oyarzún, "el chueco", de frenos de aire; Arturo Koyck, "El tata", de eléctrico; José Morales, presidente del consejo; Joel Silva, "el negrito", de Pabellón Central, al igual que Adiel Monsalves "el guatón"; Roberto Avila, de albañilería; Alfredo Acevedo, Raúl Castro" el rucio", y Hernán Chamorro.

MANUEL AHUMADA LILLO


Convicción y Pasión
HVS
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