El pasado 1 de marzo era mi último día de 36 años. Lo
celebraría andando en bicicleta, en la Rusia, una cleta marca Belda de color
amarillo, tapizada de adhesivos en sus distintos rincones. Pasaría por ella en
el estacionamiento público en el que se había convertido la Intendencia de
Valparaíso, ahí por el sector de Bellavista.
Llegué motivado colocándome los guantes. Además, llevaba
unos pulpos para amarrar el cortaviento rojo a la parrilla. Miré por todos
lados y mi vista no se fijaba en ella. Di varias vueltas deteniendo mi mirada
en cada bicicleta de las ahí presentes. Luego de unos minutos, la sentencia fue
clara, me habían robado la cleta, la bici que por más de 12 años me había
acompañado en distintos trayectos y con variada compañía.
Caminé, no sé donde, pero caminé. Pasaron por mi mente
muchas de las rutas que hicimos juntos, comenzaba a extrañar su alejamiento
forzado. Desde mi vertiente optimista, comenzaba a considerar la pérdida como
una situación que debía entregarme más elementos constructivos que
destructivos. Rápidamente llegué a la conclusión de que la situación me
mostraba la necesidad de un acto de desprendimiento de lo material, de saber
vivir sin anclajes de aquello que más que liberar, termina encadenándote. Días
antes, pensaba en mis bienes materiales y concluía que se circunscribían a mi
vieja cleta amarilla, la computadora que se sobrecalienta y se apaga, una
cámara fotográfica y una buena cantidad de libros y documentales/películas.
Ahora, debía borrar de esa lista el primer bien que se me venía a la mente al
hablar de lo que poseo como propio.
Mis pasos no se detenían, parecía que estuvieran presionando
pedales y dándole fuerza así al ciclo de las ruedas.
Tampoco se detenía la mirada de cierre de ciclos o etapas,
12 años con una misma bicicleta y en el año de la Serpiente, deja de acompañar la
Rusia mis rabias y melancolías, mis escapadas a fumar un porro costero, mis compras
y trámites varios. Quedé sin medio de transporte en Valparaíso. Patita y
Trolley ahora son la predilección.
Ante la situación de pérdida de mi cleta, también
aparecieron exquisitas muestras de solidaridad y cariño que a uno le inflan el
corazón y el alma. Desde la difusión por las redes sociales de las fotos que
había compartido –esperanzado en encontrarla-, hasta los ofrecimientos de bicis
para moverme por la ciudad y acompañarme en mis trayectos costeros. Gracias
gente, la Rusia, la cleta Belda Amarilla, sigue en los espíritus de uds., mis Hermanxs
y Compañerxs.
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1 comentario:
Un salud por la Rusia compañero.. Claudio Donoso
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